lunes, 11 de octubre de 2010

ÉL ÁRBOL DE LA VIDA 2


SEGUNDO TEXTO:

Los querubines eran dos y tenían cabeza de toro y cuerpo de león. Llevaban una espada de oro en cada mano y flotaban a un metro del suelo porque sus cuatro alas flameaban sin cesar.
Mujer, qué quieres acá, dijo uno de ellos, el que tenía cuernos tan largos que sus puntas parecían juntarse delante de la frente.
Me ha dicho el hombre que estoy vieja y se ha marchado, dijo la mujer. Y desde que se fue ya no aguardo que me alcance la muerte; deseo tiempo. Por eso vengo a probar el fruto del árbol de la vida y vivir para siempre.
Igual que la otra, ¿irán a ser todas iguales?, dijo el mismo querubín, el de cuerno como halo.
La otra no tardó tanto, le contestó el otro querubín, que tenía cuernos chatos, como limados.
El Señor Dios no lo autoriza, dijeron los querubines a coro. El hombre ya ha estado acá esta mañana y se retiró con el permiso revocado. Y menos que menos si viene la mujer, ha dicho el arcángel que dijo el Señor Dios. Abarrotaría el mundo.
Se los ruego, insistió la mujer. No quiero morir.
Nosotros somos los guardianes del Señor Dios y no está en nosotros dar información, dijeron los querubines de nuevo a coro.
Y cómo puedo hacer para hablar con el Señor Dios, dijo la mujer.
Está ocupado, replicó el querubín de cuerno redondo.
Siempre ocupado, dijo el de cuernos chatos, y movió la cola.
A la otra no le fue tan bien que digamos, dijo el querubín con cuerno redondo.
Qué otra, dijo la mujer.
La primera.
Primera qué.
La primera mujer, la que probó el fruto del árbol del conocimiento sin decirle nada al hombre y al minuto se enojó con el hombre porque no quería acostarse debajo de él y, como poseída, manoteó el fruto del árbol de la vida y se marchó de acá.
Yo soy la primera mujer, dijo la mujer.
Por los siglos de los siglos, Amén, dijo el querubín de cuernos chatos.
Entonces la mujer se sentó debajo de eucalipto y caviló durante tres horas...

TEXTOS ENCONTRADOS EN EL UN CAJÓN DE LA MESA-ESCRITORIO QUE PERTENECIÓ A HIPÓLITO DÁMASO VIEYTES, vendido por su bisnieto en Posadas Remates, comprado por la decoradora Gigi Robirosa para el nuevo departamento de un senador cuyo hijo fumón, —a quién se los entregó el tapicero que los encontró cuando cambiaba el cuero de la mesa y me los vendió por Mercado Libre—, prefiere que su nombre permanezca anónimo.

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