lunes, 1 de noviembre de 2010

QUINTO TEXTO

QUINTO TEXTO

Tal vez haya llegado el momento de presentarme. Me llamo Neftalí, vivo en Jerusalén, en la corte del rey Rehoboam, hijo del rey Salomón. No soy una escriba oficial, los escribas son todos hombres. Mi fastidioso rival es hombre también, es el escritor oficial de la corte, el que escribe la historia oficial del reino. Desde que murió el rey Salomón el reino se desmorona y él conoce el poder de construcción o destrucción de la palabra. Me acusa de irónica y no entiende que yo no escribo historia, no soy historiadora como él. Además, le he dicho, no vivimos en tiempos de héroes, ¿cómo puedes pedirme que escriba sobre héroes? Yo invento y para ello mezclo los hechos que tengo a mano.
Pero ha amenazado con quemar mis escritos, así que asiento para la historia, sí, la vil ingeniera, que para resguardarme del fuego del escriba oficial, hago dos copias de lo que escribo: una con cuchillo sobre cuero y otra en tinta con lapicera de caña sobre papiro y las hojas unidas en un cilindro. Quién no sabe que los necios son personas deleznables. Acaso yo no tengo sangre davídica, le he mandado decir. Acaso el mismo rey Salomón, mi padre, no se deleitaba con mi narrativa.
El propósito de la historia, me ha contestado el escriba oficial, es enseñarnos que el mundo entero y cada una de las partículas que contiene fueron creadas por la mano del Señor Dios, según su Voluntad que opera sin límite. Esa línea se parece a la frase del débil rey Rehoboam, mi hermano, que nos ha prometido que si su padre nos flagelaba con latigazos, él lo hará con escorpiones. ¡Ja! Quién no nota que el imperio de David, mi abuelo, se derrumba.
Pero yo no me preocupo por sostener certezas, todo lo contrario, cómo hacer eso, si son justamente las perplejidades, las incertidumbres y los dilemas los que me llevan a escribir. Es por eso que el personaje que he inventado para el Señor Dios se parece tanto a nosotros; camina, discute, come y descansa, tiene brazos y manos, rostro y piernas. Y escribo lacónico y elíptico por la misma razón; dejo afuera partes importantes para que las llene el lector ya que no me atrevo a hacerlo por él. Así, converso con él. Acaso la soledad no atraviesa la barrera de clase. Además intuyo que eso lo mantendrá alerta, deseoso de desentrañar las paradojas que yo misma deseo desentrañar cuando escribo, y tal vez él lo logre por mí.

TEXTOS ENCONTRADOS EN EL UN CAJÓN DE LA MESA-ESCRITORIO QUE PERTENECIÓ A HIPÓLITO DÁMASO VIEYTES, vendido por su bisnieto en Posadas Remates, comprado por la decoradora Gigi Robirosa para el nuevo departamento de un senador cuyo hijo fumón, —a quién se los entregó el tapicero que los encontró cuando cambiaba el cuero de la mesa y me los vendió por Mercado Libre—, prefiere que su nombre permanezca anónimo.

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