viernes, 2 de marzo de 2012

Turismo en bicicleta



A los turistas chetos les gusta camuflarse entre los locales. Nada de ojotas ni máquina de fotos colgada del cuello ni camisas floreadas y menos que menos, nada de detener un peatón con pedido de indicaciones de cómo llegar a algún lado. Pero si uno no reniega de su condición de turista y viaja à la Kavafis, cuando salgas en el viaje hacia Ítaca,
desea que el camino sea largo, uno estira cada instante, se demora en cada puerto y no se apura por llegar a alguna parte porque sabe que el viaje no sucede cuando uno llega a destino sino antes de partir y entiende la importancia del tránsito hacia allá. Así una mañana de febrero, pedaleé por la bici-senda hasta la puerta del Buquebus. Me regodeé con los rosados y pulposos palos borrachos, con el reloj de los ingleses, con las esculturas de las plazas. Migraciones y pedalear adentro de la bodega del buque Eladia Isabel. El Eladia Isabel es el que, à la Kavafis, demora tres horas en cruzar el río a Colonia del Sacramento y no una sola. Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar hasta allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto. En cualquier buque de Buquebus el ciclista es un pasajero mimado por el Sr. López Mena, no le cobran por su bici en la bodega y apenas se arriba al puerto de Colonia, desciende de la bodega pedaleando, antes que los autos. Todas las veces que he hecho este viaje a Colonia en bici, me he encontrado con otros ciclistas ahí en la bodega; ciclistas de esos cuyas bicis son medio de locomoción a tracción a sangre, como yo, y van a pedalear por la ruta 21 y comerse un asado en lo de un amigo y también me he encontrado con ciclistas de los otros, con bicis aerodinámicas, livianas como espuma, veinte cambios, calzas, zapatitos con pinches y mangueras en la boca conectadas con el bidoncito en la espalda para beber agua con vitaminas. Esos son los que van lo más rápido que pueden trabajando los cuádriceps y en fila y el paisaje te lo debo. Tienen el asiento de la bicicleta clavados entre las piernas como penes de cuchillo y en lo que piensan es en recorrer kilómetros en el menor tiempo posible y que los paisajes pasen como flashes. Pero bueno, pertenecen. Entiendo la importancia del pertenecimiento. Estos ciclistas de prisa y penes de cuchillo pertenecen a grupos de pedaleadores y hablan con propia jerga. Hoy pertenezco al turismo y al poema de Kavafis y escribir sobre mi viaje en la terraza del Eladia Isabel que me costó 200 pesos y a mi alrededor hay franceses, yanquis y alemanes que se enteraron de este viaje vaya a saber uno como, porque los porteños no lo frecuentamos; tenemos la idea correcta de que el buquebus es caro, López Mena tiene el monopolio. Pero los 200 pesos por cruzar el Río de la Plata en tres horas valen la inversión. El barco es como un edificio o un casino flotante; maquinitas tragamonedas y cajas de vidrio en las que uno va poniendo monedas para que una pinza intente agarrar un peluche y también símiles de autos de carrera. Freeshop, bares, plantas artificiales, barandas doradas. En la terraza hay un bar caribeño con tragos y música de bailanta. Turistas de rastas, de sobrerito de paja, de mochilas, pila de fotógrafos amateurs, un fanático del bronceado al aceite, unas bermudas y sandalias franciscanas. Cruzamos el río despacito y pienso a Solís no pudiendo imaginar que este inmenso mar marrón es un río, pienso en Gaboto y su asombro de avanzar hasta que el río se enangosta y penetra en la selva que aprieta el río ramas fluorescentes y monos mesopotámicos. Pienso en los caciques Mangoré y Siripo y el cotejo de sentimientos frente al hecho de estos extraños en tierra tan propia como sus propios pies. Me gusta mucho pensar en Mangoré obsesionado por Lucía Miranda, aún aunque sea una leyenda. Me gusta la historia de amor triángulo de Lucía casada con Sebastián Hurtado y Mangoré inventando un complot y un ataque y tres martirios, incluido el propio, por esa obsesión por Lucía. (Tal vez reescriba esa historia). Ahora nomás me asombro con la anchura del río como un mar marrón y disfruto como turista y bajaré en el puerto a pedalear esquivando los empedrados, total la rambla es lisa y tiene el río a la izquierda y podré ver los suvenires típicos colonienses como las materas de cuero o gamuza, los azulejos que dicen un aplauso para el asador, ir a la feria de artesanos y ver pantuflas de oveja y alpargatas de cuero de vaca, dulceras que dicen recuerdo de Colonia, ponchos de lana y maceteros de zinc. No me voy a perder lo que un día un francés me recomendó que no me perdiera que es un sánguiche de milanesa en el carrito “Los Cholos” en Suárez esquina Rivadavia. Voy a tomar un Medio y Medio oyendo el ruidito del agua y me voy a sentir lejísimos de todo lo que tan bien me las arreglo para que llene el espacio en mi cabeza salvo aquello otro que tanto deseo y no sucede y no sucede y no sucede.

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