sábado, 1 de septiembre de 2012

La oscuridad cuando cerramos los ojos


A Ramón Carlos Arteta: 
Ahora tenés 78 años. El otro día mamá se bajó del ascensor. Apenas se abrieron las puertas automáticas te vio tirado en el piso. ¡Ramón! ¡Te caíste otra vez!
No te habías caído. Te habías olvidado las llaves y entonces decidiste esperar a que ella llegara y te abriera. Mientras tanto te acostaste, pusiste en un costado la bolsa de la ferretería, colocaste tu saco encima para que tu almohada fuese más blanda, apoyaste la cabeza y cerraste los ojos.
Cuando mamá contaba esto, mis hijos, tus nietos, te preguntaron por qué habías hecho algo así. Por qué no fuiste a un bar y la esperaste tomando un café. Te sorprendió el asombro de tus nietos. Contaste que ya otra vez habías hecho lo mismo. Sólo que esa vez te vio el vecino del “A”. Y te despertó. ¿Está bien, señor? Le contestaste: estoy esperando a mi mujer.
Mientras todos hablaban, pensaba que te entendía perfectamente.
Por favor no se lo digas a nadie: tantas veces me sobreviene una cabal fatiga y me escondo. Cierro los ojos diez minutos y
 la oscuridad me saca de mí,
Y me abraza. 

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